Dice que habla con la luna y las estrellas, y yo, lo creo. Lo creo como se cree desde pequeñito un deseo infundado con el abrazo de una madre, como cuando en la escuela te explican algo que no puedes buscarle una razón de existencia. Lo creo como a esas cosas cotidianas de la vida que ocurren por que sí, sin más motivo aparente que el mismo hecho de ser.
Busca constelaciones en el frescor de la noche y haya palabras de sueño de luz de luna, plateadas, salidas de las puntas de su encanto, encadenadas, asidas al frescor de la brisa nocturna y al vaivén de sus cortinas. Y las oye llegar despacio, lentamente, danzando en la bruma de la noche y el humo que se escapa de un cigarro que se consume desesperadamente. Cuantas verdades rezuman en sus oídos, cuántas canciones enmarañadas, palabras enredadas cual nudos para desmadejar en pensamientos uno a uno y mantener así el sentido del oído presto a escuchar.
Y las estrellas rien entre ellas, porque le vieron sonreir. Es la luna que le trajo las palabras que ella, desde la distancia, quiso entonarle, esas que buscan ser oidas cuanto antes mejor, pero a la vez se esconden para ser pronunciadas en silencio. Palabras bailarinas danzantes al son de la melodía de su voz que escucha claramente como si fuera el primer día. Letras bordadas en la negrura espesa de la noche con hilo de plata para despertar sonrisas y trasladar caricias. Palabras de silencio escritas con el sonido de sus ojos y el mar de sus desvelos. Siempre, siempre escuchó esa voz que la luna derramaba.
Miró sonriendo a las estrellas que traviesas, conocían la razón de las palabras. Dicen que habla con ellas y con la luna, y yo, firmemente lo creo...