viernes, 21 de septiembre de 2012

Cajita de música

Sentada en su escritorio miraba la blanca caja en la penumbra de su dormitorio. La madrina la había traído envuelta en un papel casero y ahora disfrutaba de su encerrado encanto. La tomó con sus manos e hizo girar la mariposa que daba cuerda bajo ella. Quién sabe qué misterio encerraba...

Abrió la tapa y el chirriar agudo de unas bisagras oxidadas hizo aparecer una pequeña bailarina que, de puntillas, iniciaba una danza llena de giros, giros como su vida.

Se quedó mirándola fijamente, mientras se dejaba reflejar en el espejito del fondo. Le atraía su baile y la música que surgía de sus pies y de repente, en un pestañeo, apareció en aquella calle recién asfaltada llena de altos edificios. Ni un solo coche, sólo ella, vestida con aquella túnica blanca de gasa y su rubia melena cayendo sobre su espalda. Miraba a su alrededor sorprendida, jamás había estado allí. No conocía aquel contraste de estilos, lo clásico y lo moderno en perfecta convivencia, el mármol blanco y el ladrillo de una urbe entregada un día a la corte y hoy, según parecía, al estrés de las corbatas y los maletines. No había contrastes entre los semáforos que cambiaban su luz constantemente y las cenefas talladas de las sobreventanas y balcones.

De repente, el aire la arrastró hasta el final de la avenida, donde una diosa subida en una carroza tirada por leones y con una gran llave en la mano surcaba el agua que deseaba beber...

La puerta se abrió y la voz de su madre la sacó de la ensoñación. Había estado en Madrid, en un Madrid vacío, ella, la princesa...