Una vez conocí a una niña que sonreía triste. Lo hacía porque los únicos abrazos que recibía eran los del aire que la enfriaba como si fuera una cazuela retirada del fuego. Buscaba y buscaba, pero se dio cuenta de que los únicos abrazos que tenía eran los de sus sábanas por la noche, o el agua recorriendo su cuerpo al ducharse. Cuando estudiaba, percibió que lo único que la abrazaban eran las palabras; y al descansar al terminar el día en su sillón, lo que la abrazaban eran los propios cojines que sostenían su descanso.
Sonreía triste porque esos abrazos no daban calor, no tenían nada, y ella estaba vacía. Se relacionaba con mucha gente al cabo del día, sonreía para ellos, pero en el fondo, no quedaba nada. Le decían que se mostraba reservada. ¿Cómo iba a mostrarse de dentro a fuera si es que no había nada?
Entre tanto seguía recibiendo los abrazos desalmados de un agua caliente en la ducha, unas sábanas frías en la noche, un cinturón que protegía su vida en el coche, unas cuantas palabras rebujadas al leer, ... Ese era su día a día.
Un día conocí a esa niña. Y me di cuenta de que esa niña era yo...
2 comentarios:
Me encantaría que algún día podamos tomar un café (té para mí) y decirte muchas cosas. Cosas que llegan más en "on" que escritas ...
un bso!
Esa niña no eres tú, eso puede que lo pienses pero tú sabes que tienes mis abrazos, lejanos pero llenos de cariño.
Un besazo reina.
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