Asomé mi cuerpo a la ventana y allí estabas tú. En cada gota de lluvia, dándome los besos que me mandabas. Me dejé empapar y calé hasta mis huesos con tu espíritu y tu calidez para llenarme de ti y sentirte presente. Entonces el viento susurró algo en mi oído, muy leve, muy suave, sin percibirse apenas. Era tu voz, tu grito en el silencio, estaba segura, sin dudarlo...
domingo, 27 de diciembre de 2009
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